Cuentan que allí,
donde la niebla no deja ver las edificaciones severas y espectrales,
se respira un aire harto húmedo.
Los puentes de piedra están alfombrados de una escarcha cristalina,
antepasados de buen tino y fortaleza los erigieron tal vez temiendo lejanía.
La luz allí es desertora y el eterno ocaso se vuelve una triste promesa de quietud insoportable.
Pero quizás lo más inquietante de aquel cuadro era el viento inexistente.
Las nubes en cambio se desplegaban y se fundían con el azul oscuro.
Allí nos encontramos ahora, magullando por el frío y el alma muerta.
Con más que la vista
absortos,
percibimos un destello,
locuaz
fugitivo.
Extrañamente nos vemos
en él,
ofrecemos sangre
profetizamos con la pluma caída
.
Sonreímos al cielo
creemos tocar la pluma de un dios.
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